Oración Dominicana
En la realización de este cometido nos orientamos en el modelo de nuestro fundador. A ejemplo suyo ejercemos nuestro apostolado en la unión de oración y tabajo.
Somos conscientes de la transcendencia y de la primicia de la oración; porque el apostolado adquiere su fecundidad únicamente en el trato con Dios en la oración.
Como dominicas la apreciamos, porque nuestro Padre Santo Domingo practicaba la oración personal casi sin interrupción. (Const. Cap. 2 – No 6)
Celebración Eucarística
Centro y culmen de nuestra vida interior es la participación en el Sacrificio Eucarístico, a ser posible diaria. La participación plena incluye para nosotras la recepción del Cuerpo Sacramentado del Señor (Const. Cap. 4 – No 34)
Lectura y meditación de la escritura
Por la lectura y meditación de la Sagrada Escritura procuramos adquirir el sublime conocimiento de Jesucristo (Fp 3, 8), para ir perfeccionando en nuestra vida consagrada el seguimiento de Cristo propuesto por los Evangelios. De ahí el gran valor que atribuimos a la meditación en nuestra vida de oración. Mediante ella nos abrimos a Dios y a su santa Voluntad. De ella sacamos la fuerza para cumplir nuestra misión dominicana según el espíritu de Cristo. (Const. Cap. 4 – No 39).
Liturgia de las horas
Por el rezo de las Horas Canónicas queremos santificar nuestro día. El Oficio de Coro, es preparación y continuación de la Celebración Eucarística y, como oración de la Iglesia, permanente glorificación del Padre. Unidas con Cristo cantamos comunitariamente el himno que resuena en las mansiones celestiales y que el Señor ha traído «al destierro de esta tierra» (SC 83), cuando asumió la naturaleza humana.
En la vida de nuestras comunidades este es el momento en el que ponemos a los pies de la madre del cielo lo vivido en el día y pedimos su bendición para el reposo necesario que nos dispone al nuevo día.
El Rosario
Una forma específica de oración contemplativa es el rezo del rosario, practicado desde siglos en la Orden Dominicana. Lo rezamos diariamente, en lo posible, en comunidad o en privado.
Oración de intercesión
La adoración del Santísimo es una forma de oración especialmente encomendada a nosotras. (Const. Cap. 4 – No 40)
La oración por la unión de los cristianos, la paz del mundo y la renovación de la Iglesia nos ha sido encomendada de un modo especial, por la Iglesia local de Speyer.
La cumplimos en la Casa Madre mediante la adoración cotidiana ante el Santísimo expuesto. Las hermanas de las demás Casas se aúnan a esta oración en la forma que les sea posible.
Solemos hacer oración de intercesión como servicio sagrado para vivos y difuntos (cf n.93)
Junto a las diversas formas de oración comunitaria, somos conscientes de la importancia y el valor de la oración personal. (Const. Cap. 4)
Un elemento importante de nuestra ascesis es el silencio regular. Lo guardamos como silencio reverente ante Dios y silencio deferente con las hermanas. Creamos así un ambiente de tranquilidad y paz que son indispensables para el recogimiento interior y la unión con Dios. Es obligación de cada religiosa cooperar en su consecución y conservación.
Además de los tiempos de silencio, nuestra vida religiosa necesita también de lugares de silencio, sin acceso a las personas del exterior: nuestra clausura. (Const. Cap. 4 – No 45 – 46)
María, Protectora de la Orden, ¡ruega por nosotros!
Gracias a sus ardientes súplicas, María había obtenido el nacimiento de la Orden. Ella misma había vestido a sus hijos predilectos: su maternal protección estaba, pues, asegurada a la Orden para el tiempo y para la eternidad.
Esta protección tan poderosa como delicada, jamás debía cesar María de Otorgarla a la Orden que se había dignado llamar suya. Sin embargo, en los comienzos se manifestó por una larga serie de intervenciones milagrosas, en agradecimiento de las cuales la Orden consagró a la Virgen un amor especial y una confianza sin límites.
Una forma especial de esta protección consistía en la bendición que gustaba Ella de dar a los Frailes para protegerlos contra los asaltos del infierno. El enemigo de nuestra salvación, cuya audacia iguala a su malicia, estaba furioso en vista de las innumerables
conversiones obradas por la predicación de los nuevos Frailes y de mil maneras trataba de desalentarlos.
Según testimonio de los mismos Frailes, el demonio se les apareció sucesivamente bajo las formas de una mujer que los solicitaba al mal, de un asno armado de cuernos, de una serpiente de fuego. Las cosas llegaron a tal punto que ya no se podían entregar al reposo durante la noche, y hubo de establecerse una guardia, a fin de que los Frailes pudiesen descansar por turno.
Fue en esta ocasión cuando los Frailes recurrieron a María, su fundadora y Protectora, Y el Beato Jordán de Sajonia, segundo Maestro general de la Orden, ordenó que en todos los Conventos de Frailes y Monjas, se saliese en procesión a la parte de la Iglesia destinada a los frailes, cantando la “Salve Regina”. Desde entonces el infierno vio su poder encadenado y los frailes dejaron de ser molestados.
La Orden ha permanecido siempre fiel a esta piadosa y conmovedora ceremonia; y le concede tal importancia, que nadie está dispensado de la asistencia al Oficio de Completas. Nadie tiene derecho a creerse dispensado de ir a presentar sus homenajes a la dulce Protectora, e inclinarse para recibir su maternal bendición.
En la vida del Predicador, esta hora es sagrada entre todas; es la hora deliciosa en la que depone a los pies de la Madre del cielo la carga del día y se prepara al reposo necesario que preludia las nuevas faenas.
En esta hora bendita habían recibido casi todos los frailes la gracia de su vocación; por eso creían deber suyo correr después de Completas al altar de la Virgen para declararle su amor, exponerle sus necesidades y terminar junco a Ella la jornada inaugurada con la recitación de su Oficio.
No había que sorprenderse, pues, de ver la buena Madre, respondiendo al llamamiento de este amor, poner al servicio de ellos las reservas de su poder y las inspiraciones de su amor.
Habiéndoles obtenido la gracia de la vocación, les obtiene también la de la perseverancia; habiéndoles llamado al honor de entrar en su Orden, les ayuda a honrarl.1 con una vida fecunda y santa.
Los guarda de todos los peligros de alma y cuerpo, venga su honor marchitado por las insidiosas calumnias de sus enemigos, bendice sus trabajos y los consuela en sus pruebas y tentaciones.
Durante la noche, cuando se hallan indefensos ante los asaltos del enemigo, vela por ellos, los bendice y ahuyenta al enemigo.
No sin una emoción muy viva repasamos las narraciones de las antiguas crónicas, y aun teniendo en cuenta las piadosas exageraciones que hayan podido deslizarse en ellas, se siente uno forzado a reconocer que los Frailes se sentían verdaderamente Protegidos por la Virgen y que eran objeto de las más delicadas atenciones de parte de Ella.
Por lo demás, ¿no vemos en nuestros días que otras Órdenes religiosas gozan de privilegios semejantes? ¿Por qué la Virgen debía haber hecho menos por su Orden predilecta?
Dejemos que el mundo sonría, y sigamos amando y leyendo nuestras viejas crónicas.